El viaje de Grus.


Un ecorrelato de Abel Serrano Juste.

En Jaca, a 14 de Junio de 2024

Yo no estaba acostumbrado a descender de manera tan brusca a niveles de altitud tan bajos. Me venían vértigos escalofriantes. Por si fuera poco, los últimos días habían sido tormentosos y me sentía con menos energía para continuar el trayecto.

El día había amanecido sumido en una niebla formada por nubes bajas, lo que había obligado a la bandada a descender su altitud. Para mí, era mi segundo año haciendo La Travesía y estaba en las últimas posiciones de La Flecha: la formación que usamos para viajar a largas distancias.

Quizás este año me quede en “La Posada del Sur”, pensé, el último reposadero de Europa antes de cruzar hacia África. Por lo que me dijo mi amiga Grallu, una de las integrantes más veteranas de la bandada y que ha hecho ya diez veces La Travesía, en invierno no hace ya frío desde hace tiempo en Iberia. Además, las charcas de allá están cada vez en mejor estado de restauración y son más abundantes en alimento.

Grú, quién lideraba en ese momento La Flecha, dió un graznido agudo, y todos miramos al horizonte: A lo lejos, tras la última montaña se veía nuestra próxima parada de repostaje: “La Laguna de Gallocanta”. Después de varios soles sin descender a tierra firme, avistar la laguna nos inspiró una gran alegría y todos los compañeros comenzamos a graznar con júbilo siguiendo la voz inicial de Grú.

Al poco tiempo estábamos ya realizando las maniobras de aterrizaje: La Flecha se puso en disposición de descenso. Había una profunda niebla en la montaña antes de llegar a la laguna; de pronto nos envolvimos dentro de un manto blanco que me impedía ver más allá de la cola de mi compañero alero.

Yo dispuse mis alas en posición de máximo descenso y preparé mis garras para adherirme a la superficie. Notaba como la humedad impregnaba mis alas y caían gotas de ella, mi cara estaba mojada y sentía cómo las rachas de ventisca nos desequilibraban a un lado. De repente escuché muchos aletazos y de golpe apareció delante de mí una multitud de ramas y hojas muy tupidas. Luché por levantar el vuelo aleteando con fuerza hacia arriba, pero ya era demasiado tarde. Intentado escapar de aquella vegetación marañosa, me golpeé el ala izquierda; lo cual me hizo perder el equilibrio y precipitarme directamente hacia el suelo.

~ · ~

¡Agg! ¡Ayy! Mi ala.

¿Dónde estoy?

Entreabro los ojos. Veo una pared de caña con barro y un techo cubierto con con algún tipo de tela. La habitación es circular y estoy encima de una especie de camilla hecha con cañas entrelazadas. Al otro lado de la habitación hay un surtidor de agua y un ser de cuerpo bípedo prepara afanosamente algún tipo de cataplasma con sus garras superiores.

El ser bípedo me mira y comienza a patear 1 hacia a mí. Mi instinto me dice que escape de ese lugar y que no me deje atrapar por ese extraño ser que debe pesar al menos diez veces más que yo. Quiero saltar de la camilla y correr hacia la luz. Lo intento, pero mi cuerpo está paralizado, las patas me duelen y el ala izquierda ni siquiera me responde.

El ser se acerca lentamente y me doy cuenta de que tengo un tejido blanco atado a la ala. El ser retira el tejido con delicadeza, le pone el cataplasma recién preparado y cambia el tejido por otro nuevo. Siento un alivio de inmediato y caigo a dormir.

~ · ~

Me despierto con hambre. Llevo muchos soles sin comer nada y las últimas jornadas de vuelo han sido muy intensas físicamente.

La habitación hoy está vacía. Desciendo de la camilla con cuidado. Mis patas están resentidas, pero ya me duelen menos. Pateo lentamente por el habitáculo. El sitio es como una especie de nido gigante lleno de plantas aromáticas y artilugios contenedores de diversos líquidos. Entran dos seres bípedos por la puerta, se paran y me miran. Emiten sonidos graves que no soy capaz de entender, uno me mira y me acerca unos gordos rizomas de caña cuidadosamente limpios y colocados sobre un contenedor plano.

Dudo por un momento, ¿será una trampa? Ahora mismo, tengo más hambre que miedo. Doy un paso y medio 2, y acerco mi largo pico para capturar uno de los rizomas.

Uhhhm, ¡Delicioso! No me contengo, capturo el segundo y lo engullo también. Uhhhmmmm, ¡Qué sabroso!

Los seres se intentan acercar. ¡Ni en broma!, doy un paso atrás y chillo: ¡Lejos de mí, mamífero!

Retroceden y se van.

No sé si quiero estar más aquí, mis compañeras me dijeron que nunca confiara en los mamíferos. Pateo hasta el orificio de luz de donde provienen los seres y miro fuera.

Estoy en una zona de la laguna muy tupida por la alta y densa vegetación. A mi alrededor hay nidos gigantes de forma circular o hexagonal, similar al mismo donde me encuentro yo. Están construidos sobre unas estructuras de madera que los elevan unos metros por encima del nivel del agua, y entre ellos están conectados unos a otros por pasos flotantes.

Por los nidos y los pasos flotantes observo también algunos de estos seres bípedos. Los hay de diferentes tamaños y con formas ligeramente diferentes, más o menos curvadas, y con diferentes tonalidades de canto, más agudas unos y más graves otros. Al ser mamíferos carecen de plumas, por lo que a algunos puedo verles directamente el cuerpo entero y el pelaje, mientras que otros llevan algunos tejidos ligeros que les cubren parte de su cuerpo.

Algunos están piando entre ellos. Hay un par que están en pie agarrándose fuertemente el cuerpo el uno al otro, su cara destila serenidad. Por allí hay un nido en construcción, y hay una bandada de seres rellenando las paredes con cañas de la laguna. Por allá, en la orilla del lago, hay otra pequeña bandada cantando canciones y agarrando frutos de unas plantas. Y a su lado, unas pequeñas criaturas, similares a estos seres, jugando con el barro. Aún no patean con normalidad, deben de ser sus crías.

Siento un sonido suave de una nota que me recuerda al mar. En una plataforma grande que hay cerca de la orilla, veo a un ser que sonoriza 3 una caracola de mar al soplar por ella. Cercano a esa plataforma, hay un nido grande del que sale humo por la parte superior, de dentro del nido salen dos parejas de seres transportando cada una un contenedor metálico humeante y los llevan al centro de la plataforma. El resto de seres levantan la cabeza y poco a poco dejan lo que están haciendo para dirigirse hacia una plataforma principal que hay cerca de la orilla.

Salen seres por todas partes: de los nidos, de las plantas, del agua, de los árboles, del bosque de ribera que hay junto a la orilla,… ¡Son una gran bandada! Los seres acuden a la llamada y se juntan en un gran círculo agarrados de la mano. Una vez están todos, comienzan a cantar y danzar varias canciones alrededor del círculo. Al finalizar la última canción, se reparten alimento para cada uno y comienzan a engullir con entusiasmo mientras pían entre sí.

Yo ya había oído algunas historias sobre estos seres, aunque nunca les había observado tan de cerca. Todas mis compañeras decían que era mejor no confiar en ellos. Fueron ellos los que construyeron las estructuras metálicas que soportan lo que hoy son “Las Casas del Norte”. Había oído que hace un tiempo atrás aquella zona era inhabitable para nosotros; el agua era de color negro y no se podía beber, no había ningún animal que pudiera sobrevivir en sus aguas, ni peces ni plantas, nada. Mis padres me contaron que mi abuela murió allí al engullir un artilugio plástico transparente que había dentro del agua y que había sido producido por los seres. Es difícil imaginar aquellos tiempos, ahora las Casas del Norte son nuestro mejor refugio para el verano y, aunque hace un poco más de calor que si siguiéramos un poco más al norte, la mayoría de mis compañeras y yo nos quedamos ahí porque hay abundante comida para todas y grandes espacios donde estar cómodamente.

Al finalizar el festín, una de los seres, que por su cuerpo parecía una hembra, me avista y se acerca a mí. Yo permanezco parado. Ella lentamente acerca su garra y me acaricia la cabeza. Su tacto es suave y delicado. Noto como mi cuerpo se relaja al sentir su tacto sobre mis plumas. Cuidadosamente, pasa sus garras por mi ala izquierda y levanta con suavidad el tejido que la cubre para inspeccionar la herida. La herida ya está cerrada, por lo que retira el tejido. Se aparta y me hace un gesto para que me aproxime. Doy un primer paso, ella se da la vuelta y empieza a patear. Así la voy siguiendo hasta un nido alejado del centro de la colonia.

Este nido es diferente a los demás: está construido con materiales de diverso tipo y tiene forma de rombo. Al entrar en el habitáculo hay una gran variedad de artilugios y objetos brillantes, y se siente un ruido mecánico de fondo. La ser avanza hacia al fondo y espera a que me acerque.

Pateo hasta ella. Me hace un gesto y me invita a hacer una reverencia. Bajo mi cabeza. La ser coloca cuidadosamente un artilugio en mis oídos y se coloca otro artilugio similar en los suyos. Tiene agarrado un tercer artilugio diferente a los otros dos, el cual posee unos botones que puede pulsar de diferentes maneras con sus garras. Pulsa repetidas veces sobre este último y empiezo a oir unas palabras en mi idioma, aunque muy mal pronunciadas y con mucho ruido de fondo. Agudizo mi oído y consigo entender algo:

–¡¿Hola?! ¿Tú sentir yo?

–Sí, yo sentir tú. –Grazno.

La ser esboza una gran sonrisa y emite un sonido que no puedo entender, pero que parece de mucho entusiasmo. Enseguida vuelve a pulsar sus garras sobre el artilugio emisor:

–¡Hola grulla! ¡Ser maravilloso poder comunicar tú con yo! –grazna la ser através del artilugio.

–¡Sí! Mi nombre es Grus. –Grazno.

De nuevo, una sonrisa.

–¡Grus! ¡Encantado de conocer tú! Mi nombre es Samanta. –Me responde la ser. Hace una pausa y prosigue: –Grus yo necesitar tú favor a mí.

–Sí. ¿Favor? Yo no comprender esa palabra. –Respondo.

La ser se queda pensativa un momento, y pulsa otra frase:

–Yo necesitar que tú ayudar yo.

–Sí. ¿Qué necesitar tú? –Respondo.

–Yo necesitar que tú transportar importante carga a “Ciudad Ándalus”. Es colonia de seres como esta, cerca del último reposadero antes de llegar a África. –Responde Samanta.

Humm…“La Posada del Sur”, pienso para mis adentros.

Samanta prosigue: –Una gran enfermedad tiene asolada a la población de Ciudad Andalús. La gente contagiarse y morir sin causa. Yo necesitar tú transportar estos artilugios para ayudar a los seres de allí.

–Sí. Yo poder ayudar tú. –Grazno agitando las alas.

Samanta sonríe de felicidad, comienza a mover sus garras hacia arriba y hacia abajo mientras emite varios sonidos de gran alegría.

~ · ~

Me despierto a la mañana del sol siguiente. Siento que mi ala izquierda está sanada por completo. Las cataplasmas y ungüentos que me han aplicado los seres han ayudado a que la herida no se infecte, y he recobrado muchas energías gracias a los ricos rizomas, frutos y tubérculos proporcionados por los seres.

Salgo afuera y pruebo a agitar las alas. Siento como mi cuerpo se eleva del suelo. ¡Gruau! ¡Qué placer sentirme de nuevo con la capacidad de volar!

Levanto el vuelo y cojo un poco de altura. El cielo está despejado y me siento pletórico de energía e ilusión por emprender de nuevo el viaje. Mientras aleteo y hago prácticas de vuelo, avisto a Samanta en una plataforma y me acerco a saludar.

Samanta se acerca a mí y sonríe; siente que ha llegado el día de mi partida. En sus garras trae los artilugios junto con un papel escrito, y los mete en un contenedor impermeable que ata en mis patas. Nos quedamos mirando por un momento, se aproxima a mí y me rodea el cuerpo con sus garras. Siento el cariño del agarre, es una sensación que nunca había sentido antes. Al separarse, observo unas gotitas de agua que salen de los ojos de Samanta.

Pateo hasta acercarme a la orilla. La colonia de seres se ha ido aproximando y comienza a cantar diversas canciones. Concentro mi mirada en el pasillo de despegue y cojo carrerilla. Pateo rápido y aleteo fuertemente. Levanto el vuelo y en unos pocos aleteos cojo altura. Miro hacia abajo: la densa vegetación cubre todo y la colonia de los seres ya apenas es distinguible del resto del humedal. Siento unos graznidos que me resultan íntimamente familiares y levanto la cabeza al frente.

Allí está mi bandada.

~ · ~

¡Qué reconfortante placer sentir las alas de mis compañeras batirse junto a las mías! La Flecha vuela sincronizada, como si fuera una sola nave surcando el mar del cielo. Llevamos varios soles y alguna paradita más por el camino, y hoy por fin se vislumbra el mar al horizonte: ¡Ohh! ¡La Posada del Sur! Ya llegamos. ¡Qué ganas tengo de chapotear en la marisma otra vez! Pero antes quiero cumplir la misión que prometí a Samanta. Tengo que ir a Ciudad Ándalus.

Me despido de la bandada y emprendo mi viaje, esta vez en solitario, hacia el noreste. El viaje es largo, con los últimos rayos del sol avisto las altas estructuras de piedra de ciudad Ándalus. Desde arriba, puedo observar un mosaico de estructuras de piedra y de zonas verdes con vegetación de todo tipo. Avisto una charca y desciendo hacia ella.

La luz de la luna llena ilumina todo a mi alrededor. En la charca hay otras aves que viven ahí y plantas acuáticas como nenúfares y juncos. En la orilla hay flores, algunos árboles, y un poco más allá veo un claro con diversos vegetales y frutos cuidadosamente dispuestos en surcos de tierra. Junto a esos surcos, se encuentra una bandadita de seres alrededor de una hoguera.

Salto de la charca y pateo hacia allí. Desde la distancia puedo observar su cara, iluminada por la luz de la lumbre y la luna. Tienen la mirada triste y seria, muy diferente a las que había visto en la colonia de Gallocanta. Pico 4 el papel que tengo amarrado a mis piernas junto a los artilugios, y pateo hacia dentro del espacio. Se sorprenden, yo me asusto. Doy un brinco hacia atrás y el papel se cae al suelo.

Un ser se adelanta y lo lee en alto. Al llegar al final, el ser sonríe y el resto se quedan mirándome en una mezcla entre curiosidad, confusión y asombro. Otro ser, el más anciano, se acerca a mí y me hace un gesto para que lo siga.

La pequeña bandada de seres y yo vamos pateando por la vegetación del lugar, penetrando a través de zonas cada vez más frondosas e iluminados únicamente por la luz de la luna llena. Al traspasar unos tupidos arbustos, entramos en un pequeño claro circular en cuyo centro se encuentra un árbol de gigantescas dimensiones. En aquel lugar no se siente sonido alguno, pero sí se siente una energía especial que embriaga y sosega profundamente el alma.

El anciano se acerca al gran árbol, le hace una reverencia y coloca sobre su tronco el artilugio receptor que había llevado conmigo. Se coloca frente al artilugio emisor y pulsa lo siguiente sobre él:

¡Oh, gran árbol! ¡Tú observador por siglos de todos los seres de la Tierra! ¡Tú has vivido la historia de nuestros antepasados! Nuestra gente enferma sin motivo alguno, pierde la alegría de vivir y eso les empeora aún más. ¿Qué podemos hacer? ¿Cuál es la medicina para esta pandemia?

Tras un instante, las ramas del árbol empiezan a zarandearse de un lado a otro, las hojas del árbol emiten un siseo inquietante, las raíces provocan un leve temblor en la tierra y el tronco se conmociona. Por el artilugio emisor se escucha una voz grave, como un rugido:

SIIILEEEENCIOOOOOO.

Los seres se quedan estupefactos. Callan y comprenden.

~ · ~

Se hizo correr la voz por la ciudad, casa por casa llegó la noticia de lo ocurrido. La ciudad se paró. Las máquinas y los trajines, que hacían mantener a unos y otros seres ajetreados, dejaron de tener importancia. Los seres se juntaron en la calle, en las casas, en los hospitales y en los parques, y se quedaron en profundo silencio. Se produjo una escucha al unísono de todos los seres en uno solo. Una escucha sobre sí mismos y sobre el resto de seres que habitan la ciudad, sobre su propio estado de quietud, y sobre la consciencia de la interconexión entre el resto de seresen su concepción más amplia: de todos y cada uno de los seres vivos que comparten el planeta con ellos. Así, de esta manera, hicieron las paces con su propio organismo y con el resto de organismos que viven en comunión con ellos, dentro y fuera de su ser. Y todos sanaron.

La leyenda se hizo ritual y el ritual tradición. Y desde entonces, en cada luna llena, se dedica el día el día por entero a la meditación colectiva en toda la ciudad de Ándalus.

Una vez al mes, la mente se para y el cuerpo sana.

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1Acción de caminar con las patas

2Un paso y medio se realiza dando un paso con una pata y levantando la otra

3Emitir un sonido o ruido.

4Picar es la acción de coger algo con el pico


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